El cerdo es uno de los animales sagrados de la gastronomía española y cada una de sus partes supone una exquisitez para nuestros paladares. Sin embargo, este protagonismo estelar, especialmente el de su corte más preciado, el jamón ibérico, no sería posible sin la presencia en nuestras dehesas de los frutos de las encinas (y de otros árboles como los alcornoques): las bellotas.
Hagamos un sucinto repaso a su historia y a sus valores nutricionales:
Historia de las bellotas.
El origen del consumo humano de bellotas se pierde en la noche de los tiempos, en la bruma de la mitología y la historia.
Los mitos griegos ya hacen referencia a estos frutos, que fueron utilizados por la diosa Circe para engañar a la tripulación de Ulises y convertirlos en cerdos.
En cuanto a la historia, el geógrafo e historiador griego Estrabón señalaba, en el siglo I antes de Cristo, que los pueblos autóctonos de la península utilizaban este fruto arbóreo para elaborar pan. Un siglo después, Plinio el Viejo aseguraba que en Hispania estaba bastante extendido el uso de las bellotas para la elaboración de postres.
Pero si por algo son conocidas las bellotas es por ser el alimento preferido del cerdo ibérico, cuyo origen hay que encontrarlo en el cruce de razas de los cerdos traídos por los fenicios alrededor del siglo X a. C. con las razas de jabalíes autóctonas de la península ibérica. Desde entonces las bellotas son el manjar preferido de estos animales y una de las principales causas de su extraordinario sabor.
Composición y valor nutricional de las bellotas.
La composición química de la bellota cuenta, entre otros elementos, con proteína bruta, azúcares, materia seca y diversos ácidos, como el linoleico, el palmítico, el oleico y el esteárico.
En cuanto a su valor nutricional, cada 100 gramos cuentan con un 27% de agua, un 23% de grasa, un 6% de proteínas y un 40% de hidratos de carbono. Las bellotas son muy ricas en vitamina B y C y en minerales como el fósforo, el sodio, el hierro y el calcio.
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